martes, 2 de septiembre de 2008

Relatos- Renacer en rebeldía I

El Sol se tumba sobre el horizonte, la luz que desprende se debilita, todo cambia, se apaga, difuminando mi existencia, transformando la ilusión de un nuevo día en penumbra de desesperación.
Una hoja más del calendario, resta posibilidades a mi esperanza, que es lo último que se pierde, pero se pierde al final. Los días suman meses, los meses años. Transito por la vida sin mover ni mis principios, como un árbol apegado a sus raíces, esperando con resignada paciencia que me rescaten de este exilio involuntario al santuario de la soledad, donde soy preso de mis propias decisiones, atrapado en el destierro, separado de vuestro mar de vida, relegado a convivir con nadie, en un lago artificial tan saturado y muerto como yo.
Muchas veces pienso como pude llegar a esta situación, cual fue el detonante que dinamitó la felicidad que me embargaba, cuando se rompió mi ciclo vital y mi corazón dejó de latir al mismo ritmo que el suyo. Después solo el dolor y la incomprensión fueron mis aliadas y con la pena a mis espaldas fui retirado del espacio común por hordas de ingratos que se afianzaban en su posición social.
Aislado por una gruesa capa de sal, que el Sol se encargaba de ir recubriendo mientras evaporaba el agua que tenía a mis pies, no podía expresar mi pena con lágrimas. Las pocas veces que llovía, las gotas resbalaban por mi cuerpo arrastrando la sal depositada por el Sol, mezclándose con ella hasta llegar al suelo. No eran mis lágrimas pero expresaban mi tristeza.
De esta manera, lloraba por ella y mis lágrimas de lluvia dejaban un rastro de sal a mis pies, que con el tiempo, se convertiría en evidencia de desolación, formando pequeñas colinas de sedimentos, cimentando una prisión compuesta de recuerdos.
El último rayo de Sol se mezcla con el primero de la Luna. El frío cala mis húmedos huesos y el olor a madera podrida es ya familiar para mí, muero poco a poco, estancado en este estanque de ansiedad y desilusión.
-Deja de compadecerte- dice una voz en mi cabeza.
Miro a mí alrededor pero no veo a nadie.
-Solo pierden los perdedores.- insiste.
-¿Quién eres?- pregunto.
-Levanta la cabeza y podrás verme- dice con cierto aire despectivo.- Soy la Luna.
-Hace tiempo que no puedo elevar mi frente, ¿que quieres?
-Hincha el pecho y sal de ahí, antes de que sea demasiado tarde.
-¡Calla! ¿Qué sabrás tú? A ti todo el mundo te respeta y te quiere. Sales todas las noches, haces lo que quieres hasta con el mar, que se rinde a tu influencia.
-Ahora sí, pero hubo un tiempo en que tuve que pelear mi estatus. El respeto hay que ganárselo y lo primero es respetarse uno mismo. Y sí, el Sol siempre ha tratado de decirme lo que debo hacer o cuando tengo que salir.
-¿El Sol?, no me creo lo que dices.
-Mira, el Sol se cree el rey del sistema solo porque lleva su nombre. Pero te aseguro que el Sol de justicia no entiende nada, es un déspota que se autodenomina el astro rey. Al principio de los tiempos cuando la nada era casi todo, me ordenó esconderme en su presencia. Yo era un precioso planeta de vivos colores y el agua abundaba en mí, pero no supe hacerle frente y acaté sus órdenes. Relegada a vivir en la oscuridad de la noche el gris se apoderó de mí y fui menguante durante gran parte de la eternidad.
-No sabía nada de eso.

Renacer en rebeldía II

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