viernes, 6 de junio de 2008

Textos y Relatos: Love Club


Love Club
Entré en aquel sitio sin pedirlo. Ningún portero controlaba la entrada, mucho más difícil sería conseguir salir de allí.
Atravesando un oscuro corredor llegué hasta la luz que se veía al final del mismo. Me encontraba en la sala central donde todo lo bueno y lo malo se cocía.
Se presentaba ante mi la comedia de la vida, con todos los estereotipos representados, el espectáculo estaba a punto de comenzar y yo era el protagonista principal.
Me mezclé dubitativo entra la gente que abarrotaba la sala buscando lo que todos buscaban, con la inocencia que da la inmadurez, sin sopesar las consecuencias ni sospechar la posibilidad del fracaso.
En lo alto, en la cabina de música no veía a nadie, tan solo intuía levemente una presencia, alguien que manejaba los hilos de lo que pasaba en aquel recinto, jugando con los presentes a su antojo con cierta socarronería mundana.
El murmullo se ocultó bajo el sonido del primer tema, los destellos que desprendía la bola de espejos del techo transmitían cierto calor reconfortante y todo el mundo empezó a bailar la coreografía que de cada uno se esperaba.
Unos minutos antes un personaje disfrazado de monje, había repartido las tarjetas de los roles en sobres lacrados. Abrí el mío, "romántico", dictaba.
Nunca he sido muy decidido, así que cuando quise darme cuenta, los presentes se habían emparejado unos con otros casi al instante de sonar la primera canción.
Observé una chica al fondo bailando sola. Esta es la mía me dije. Camine con decisión, pero cuando llegué junto a ella la música cesó, miré hacia la cabina, luego la miré a ella otra vez, ya no estaba.
Algo contrariado la busqué entre la multitud. Ni rastro.
La música volvió a sonar estruendosamente. Una mezcla rara de Tecno con Amaral que no me dejaba pensar con claridad. Sentí un pequeño mareo y tropecé con una rubia. Era peligrosamente atractiva, sus ojos de azul mar intenso me embaucaron y bailé a su son durante muchas horas. Descubrí al pasar el tiempo que pertenecía al mundo de la noche, pero ya era tarde para mi. Ese mundo de perversión psicotrópica reventó nuestro momento, hasta tal punto que pese a que bailábamos muy pegados, nos encontrábamos en niveles diferentes de percepción y la alegría inicial fue deteriorándose hasta ser pena y crueldad, mas separar su cuerpo del mío se me hizo imposible hasta que apareció él. Un tipo rudo y charlatán, con los mismos gustos por aquellas sustancias que ella. Se fueron juntos al servicio a calmar su ansiedad artificial y en ese mismo instante la música se tornó en tango.
- ¿Che rubión no bailás?
Mirando con nostalgia la puerta del servicio contesté con despecho y alivio -¡Claro que sí!
Bailamos durante algo más de tres horas. Un baile largo y sensual, su cuerpo junto al mío, sus pezones eran puñales clavándose en mi pecho, sus palabras vacías de verdad me embelesaban, hasta que noté que el tanga azul que sobresalía por encima de la minifalda había desaparecido. Sospechando de la cruda realidad, en un descuido, abrí su bolso, saque su sobre lacrado y leí su rol, "puta", decía.
Aprovechando aquel descuido corrí todo lo que pude hasta la otra esquina del local, nunca más volví a verla, ahora la música que sonaba era fusión.
Ya cansado de tanto cambio de pareja, me disponía a abandonar el local cuando la encontré por casualidad, como se descubren los grandes descubrimientos. Tras intentar llamar su atención ante mi aparente invisibilidad, conseguí un baile, una última oportunidad que no desaproveché. Utilizando los mejores trucos que había aprendido, incluido mi secreto movimiento de nalgas, provoqué su hilaridad y pude contemplar la sonrisa más fascinante que nunca había visto. Y así bailamos el resto de la noche, rodeados de extraños y solos a la vez, en nuestro particular universo.
Mis pies volaban suspendidos en una nube de felicidad, sus ojos negros, penetrantes, me inspiraban tranquilidad y seguridad, no era atractiva, el adjetivo correcto es preciosa, su alma pura me contagiaba de buenos sentimientos, recuperé la confianza en mí mismo y en los demás, y sumidos en un éxtasis amoroso de complicidad, acabó la noche transfiriéndome parte de su excepcional aura por medio de la unión de nuestros cuerpos y espíritus, en la noche más mágica que nunca había vivido.
Al día siguiente volví a entrar en el local de su brazo. Henchido de orgullo y desafiante, miré hacia la cabina vacía y grité con decisión:

-¡Tócala otra vez Sam!

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